/// LA CIUDAD DE LOS BARES ///



Hagan ciudades con bares y cafés...y con tiendas, y con gente hablando con otra gente en los umbrales de los mercados, en esos maravillosos límites entre el dentro y el fuera, entre el calor y el frío...Hagan confundir un poco lo privado de lo público...y hagan un poco de ruido...un poco nada más, para que la ciudad lata y se sienta su latir, para que las almas sientan que están en un lugar y no en un sitio, para que la ciudad sea una constante celebración de la humanidad que, en su incesante transcurrir, vive con todo su color y toda su energía.





En el año 1904, el urbanista y arquitecto francés Tony Garnier presentó su proyecto de Ciudad Industrial.
Garnier ordenó la ciudad separando, entendiéndola como un cúmulo de actividades y funciones, que había que colocar cada una en su sitio.
El proyecto, que nunca llegó a materializarse , al igual que otros tantos promovidos por el posterior Movimento Moderno como “Ciudades Utópicas”, repercutieron en el pensamiento de la ciudad del siglo XX, que generó y sigue generando ciudades carentes de espíritu y con excesos abusos de planificación.
La Ciudad nunca fue eso.
La ciudad del siglo XX y del presente XXI ha olvidado por completo a la gente y a que es la gente la que la hace y la transforma. Hemos dejado de hablar de gente para hablar de “flujos”, y hemos dejado de entender la ciudad como el organismo vivo que es, para entenderla como un objeto inerte y estático, carente de toda condición humana que pueda hacerla cambiar.  
La ciudad contemporánea en la que vivimos hoy en día es una ciudad sectorizada e intensamente separada en usos, víctima de aquellos que creen que crear es sólo distribuir, y acosada por una contaminación normativa tan nociva como el humo de los coches o el exceso de CO2.
Vivimos en “Áreas Residenciales”, compramos en “Centros Comerciales”, y trabajamos en “Polígonos Empresariales”, invirtiendo en el orden de todas esas necesidades básicas el tiempo que nos lleva sufrir una ciudad como mera red de líneas y puntos, de unión de carreteras con sitios cada vez más alejados e inaccesibles.
Una vez más, la ciudad nunca fue eso.

La ciudad, la de ahora, ha llegado a convertirse en un teatro especulativo y ha olvidado en muy poco tiempo la escala, ha convertido el Barrio en Urbanización , el Bar en Centro Comercial, y ha perdido el sentido de pertenencia, casi de pequeña patria, para transformar a los ciudadanos en meros usuarios, y a sus habitantes en espectadores lejanos del lugar en el que viven. Es la ciudad del que no sabe que para planificar desde arriba, hay que empezar mirando desde abajo.

La importancia de nuestras ciudades es capital. No sólo son las sociedades las que crean los lugares sino los lugares los que trasforman esas mismas sociedades. No se debe entender a la ciudad sin la participación de los que viven en ella, de la misma manera que no se debe entender ningún tipo de sociedad sin que sus integrantes tomen partido activo en la decisiones que afectan a todos.
No comprometerse con la ciudad como concepto es no comprometerse con el escenario que nos cobija, y significa dejar de cuidarlo, de criticarlo y de intentar mejorarlo. La ciudad ajena al ciudadano es inmovilista en sí misma y genera inmovilismo en los que viven en ella.
Reivindico esa ciudad de los que necesitan encontrarse con los demás, de los que no ven sentido a una ciudad sin plazas ni bares, y en el fondo, sin esos maravillosos lugares en los que las gentes compartan espacio se miren a la cara, y hablen.

Basilea , 13 Marzo de 2013 

1 comentario:

  1. Que me lo digan a mí... Somosaguas, de las peores sectorizaciones urbanas. Buag!

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