///// LA DIGNIDAD DEL ARQUITECTO /////





Hace ya un tiempo que toda esta profesión asumió que tocaba pasar por momentos difíciles.
La crisis financiera internacional, unida a la dependencia crónica que este país tuvo, casi como tradición, del ladrillo, despejó un ambiente complejo en el que un sector tan masivo como el nuestro veía peligrar toda su estabilidad.
Todos, en un abrir los ojos colectivo, nos dimos cuenta por fin, de hasta qué punto habíamos estado viviendo en una realidad ficticia, inestable y peligrosa. España había formado a cientos de miles de profesionales-dependientes de una industria que tenía mucho más de gallina de los huevos de oro, que de pilar económico para una economía sostenible . Éramos DEMASIADOS, para algo que duraría demasiado poco, eran escasas las posibilidades para unas generaciones, quizás excesivamente pre-paradas, y era previsible que una disminución de todas nuestras posibilidades, viniese acompañada de un ninguneo hacia nuestros derechos como trabajadores.

Sin embargo, en este afán colectivo de echarle la culpa a ese fenómeno efímero llamado “crisis”, quizás olvidamos que las malas costumbres venían ya de largo. El trabajo sin remuneración, la figura del falso autónomo, la no cotización, el no paro, el no finiquito eran (y siguen siendo más que nunca) costumbres ancestrales de nuestra profesión INDEPENDIENTES de la crisis. Y es que, lejos de sufrir una situación puramente coyuntural, el arquitecto-trabajador ha sufrido los efectos de una TRADICIÓN ampliamente extendida, ampliamente aceptada y, hasta ahora, raramente discutida.
Esta tradición radica en la figura del arquitecto como ARTESANO, como constante aprendiz que “ahorra” conocimientos para convertirse algún día él mismo en maestro. Radica, en el fondo, en la realidad de una profesión conformada por poca gente y que, ahora masificada           (1 arquitecto por cada 500 habitantes) se convierte en una actitud caduca y anacrónica. Los arquitectos somos muchos, quizás demasiados, y eso nos hace automáticamente dejar de ser meros aprendices, para convertirnos en TRABAJADORES. Y eso, que hace inevitable la comparación con otros tantos profesionales que por cuenta ajena se ganan la vida ejerciendo su profesión, permite que los arquitectos poco a poco empecemos a abandonar esa “posición social” de la que tanto hemos presumido y que ha acabado por perjudicarnos.

Y es que la figura del arquitecto actual es, en la mayor parte de los casos, la de una persona que trabaja “para otros”, con un horario y con unas obligaciones determinadas. Es la de una persona que no va a recibir beneficios económicos mayores si las cosas van bien, pero que será prescindible si las cosas van mal. Es, DE JUSTICIA entonces, reclamar los MISMOS DERECHOS que tiene cualquier TRABAJADOR NORMAL y reivindicar el abandono de todas esas “viejas costumbres y tradiciones” que han hecho que palabras como CONTRATO, HORARIO, PARO ó FINIQUITO fueran ajenas a una profesión que siempre supo usar la vocación como coartada para no cumplir con sus obligaciones.

Creo firmemente que lo que digo no es una simple defensa de los que trabajamos o buscamos trabajo. Es, y debe ser, una postura de la profesión al completo para DEFENDERESE A SÍ MISMA, para evitar su devaluación, y para conservar su prestigio.
Es responsabilidad de todos  protegerla y ser valientes NO ACEPTANDO condiciones de trabajo irrisorias o inexistentes, exigiendo lo que nos hemos trabajado durante mucho tiempo y lo que MUCHA GENTE ha conseguido en el pasado. Es labor de todos asumir que la postura de uno afecta más que nunca a la situación de los demás, y aprender que sólo si respetamos nuestra DIGNIDAD, seremos capaces de disfrutar hoy y en el futuro, de una profesión tan fantástica como esta.   

2 comentarios:

  1. Un gran artículo, sin duda. Estoy completamente de acuerdo, tenemos que unirnos para sentirnos fuertes al decir ese NO.

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  2. Esto, hoy por hoy, sucede en casi todas las "profesiones". Los arquitectos obviamente, también lo sufren.

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