En los últimos años en nuestro
país, hemos aprendido a ASUMIR.
Asumimos todos los días, cada
vez que abrimos el periódico o encendemos la televisión. Asumimos por rutina,
por costumbre, ya casi por tradición, con resignación palpable.
ASUMIR y ser SUMISO es
exactamente lo mismo, es esencialmente la misma cosa; la sumisión no es sino un
constante asumir, una lenta y progresiva aceptación de pasos en el tiempo,
siempre necesarios , siempre inevitables. Épocas como esta logran instaurar un
nuevo PENSAMIENTO ÚNICO basado en lo inevitable, en la no-decisión. El
gobernante no gobierna y sólo cumple con los pasos del camino. Nadie puede
culparle porque es un emisario, un cumplidor de procesos, un mero “hacedor de
lo único que se puede hacer”.
Esta predisposición
institucional (ya “asumida”) genera en los que nos gobiernan una conducta
moralizante hacia los gobernados, se deja de llamar a las voces discordantes
“insumisas” y se les califica de infieles. No someterse, no colaborar, pasa de
ser un acto de democrática discrepancia para convertirse en un acto de
deslealtad.
Mientras tanto, los sistemas
públicos, de gobierno, periodísticos, etc, han conseguido llevar el tema de
discusión a un análisis puramente formal y superficial. Hemos pasado de
analizar un fondo para comentar un simple escaparate. Hemos olvidado las
razones que nos llevaron a protestar, para entrar en el debate de si las formas
son las adecuadas o no.
Y es que por encima de la
protesta sobre un recorte concreto, parece mejor analizar las verdaderas
razones que nos hacen sentir como nos sentimos.
He aquí una de esas posibles
razones:
El actual sistema económico es
adicto al consumo. Lo que vivimos actualmente, lejos de una sobredosis, es un
síndrome de abstinencia agudo.
Recortes en sistemas básicos, o
subidas de precio desorbitadas como el famoso “tarifazo” del sistema de
transportes públicos madrileños, se convierten para los gestores de
administraciones públicas en los únicos recursos para hacer que el marco
económico y con él la sociedad, no muera por no recibir una dosis necesaria de
actividad económica ( de crecimiento y de consumo al fin y al cabo ). Se
recorta, finalmente, todo aquello que no tiene competencia en el mercado, todo
aquello que NO ES MERCADO EN SÍ MISMO, y que por tanto NOS ES VERDADERAMENTE
IMPRESCINDIBLE. Mientras tanto, permanecen casi intactos los impuestos para
aquellas cosas que, vendidas como imprescindibles para favorecer la dosis de
consumo necesario, podrían quizás esperar. Y es que, cuando parece más
necesario gravar aquellas cosas de las que se puede de una manera u otra
prescindir, el círculo económico estanco en el que parecemos vivir nos dice que
no es rentable. Algunos no podrán ir en metro a trabajar (esto no se elige),
pero no cerrará ninguna tienda en la calle Serrano.
El resultado es una continuidad
de las mismas costumbres, que coincide en épocas de crisis con varios pasos
hacia atrás de aquellos que dependen estrictamente de servicios básicos en
principio fuera de un sistema financiero fluctuante.
Se ha elegido, por imperiosa
necesidad de este agónico sistema, tocar aquellos servicios QUE NO SE PUEDEN
ELEGIR. Se ha olvidado que mientras sí se puede elegir el capricho, no se puede
elegir la necesidad, y se ha seguido promoviendo el consumo absurdo que nos
mantiene, antes de la protección de las verdaderas necesidades que nos
estabilizan. Se ha elegido en suma, continuar como si no hubiera pasado nada, y
no reflexionar qué ha pasado. Y a eso, no hay derecho.
Muy bueno Jaime; se nota que has hecho bien los deberes y has pensado muy mucho cada una de tus frases. Estamos en la era de la economía financiera, esa que está basada en cosas que no entendemos, en el que el dinero es deuda y hasta hay una prima de un tal riego que la lía parda cada día. Juegan a contarnos cosas con un lenguaje que ni comprendemos y así es más fácil caer en la 'sumisión'. Somos más 'ignorantes' que nunca...
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