Presentamos hoy una reflexión sobre esa posible ciudad que viene, esa posible ciudad distinta que, quizás, sabrá significar una respuesta posible ante el urbanismo imperante.
Este texto, que no pretende sino establecer un juicio arquitectónico sobre las coherencias y contradicciones del proyecto de Campo de la Cebada de Madrid, ha sido llevado a cabo en el marco del Máster de Proyectos de la Escuela de Arquitectura de Madrid, a través del Seminario Crítica y Media, conducido por Nicolás Maruri y Rafael Pina, a quien, desde aquí, agradecemos sus fantásticas aportaciones.
“Pero el hombre no es
independiente, porque el movimiento comience en él, sino porque puede inhibir
el movimiento. Rompe, pues, su propia espontaneidad y naturalidad.”
HEGEL
Aquellos
que supusieron que la ciudad era un organismo ajeno a las circunstancias
políticas circundantes a la misma, propiciaron lugares desligados de las
emociones por las que la ciudad fue
concebida. La ciudad dejó de responder a argumentos esenciales de lo que la ciudad era y debía ser, un
lugar representante de la voz y nunca del silencio. Sustituyeron la polis por
la organización, por el funcionamiento económico ajeno a la opinión de quien
quiere construir lo que le afecta, y la polis-tica
por la mera utilización de un espacio com-partido
e individualista.
En
este contexto de desconexión entre el ciudadano y su ciudad, se entienden los distintos intentos de puesta en crisis
de las bases fundamentales de gestión de la misma como una lucha lógica y esperable.
No es esta lucha sin embargo la de una búsqueda de la creación novedosa o innovadora , sino la de la mera
reivindicación de la recuperación
de costumbres fundamentales e intensamente necesarias.
De esta manera, hablar del Campo de la Cebada de Madrid eshablar necesariamente de contexto. Es, indispensablemente, una reflexión sociológica y antropológica de sus causantes, de su razón de ser. Entendemos el Proyecto como la pequeña historia de una experimentación, de una puesta en crisis de lo excesivamente aprehendido, de un nuevo camino al modo de hacer aquello que intensamente nos limita, nos propicia posibilidades , o nos condiciona. Una historia de arquitectura y de gente, de gente y de su arquitectura; de cómo estos dos conceptos se vinculan, se complementan y se entrelazan; de cómo luchan juntos por entenderse el uno al otro, y por volver, en definitiva, a hacer de la arquitectura y de la ciudad un producto de los deseos y emociones de quienes las viven y las construyen. Como expresó Chillida, “es preferible siempre la experimentación a la experiencia” , y es la experimentación del Campo de la Cebada y de otros muchos proyectos similares un camino de puesta en crisis a esa experiencia que en nuestra ciudad supo demasiado rápido convertirse en hábito.
Se
parte por tanto de la base de
entender el proyecto como un fenómeno
cuya esencia está fuertemente entroncada en un contexto de cambios sociales y
conductuales generadores de un nuevo
entender de lo político ( de lo polis-tico
). Entendemos en este sentido el Campo de la Cebada como el resultado
urbano de un nuevo posicionamiento del ciudadano ante su entorno, que dejando
de mirarse a sí mismo como mero usuario, pasa a hacer uso de su papel participante activo de las decisiones
del mismo. Es por tanto
necesario considerar que la primera influencia del proyecto del Campo de la
Cebada, su primera razón de ser, tiene que ver no sólo con un cambio de orientación
en lo arquitectónico y urbano, sino con cómo lo urbano se posiciona en el debate
social de a quién pertenece
realmente la ciudad, de quién es el encargado de gestionarla.
Este
hecho contemporáneo, que se produce paralelamente en diferentes disciplinas y
que tienen como resultado una reivindicación mayor en la participación de lo
que nos afecta (procesos de participación ciudadana, procesos asamblearios,
15M, Occupy Wall Street, Movimiento Okupa, etc ) es en sí misma una puesta en
crisis del sistema económico y político
occidental, y tiene como traducción patente en la ciencia de la ciudad la crítica a valores
tradicionales de gestión de la misma. Es, en el fondo, el cuestionamiento de un
modelo basado en la ciudad como un proceso cerrado al ciudadano al que, de
hecho, se pasa a calificar de
“usuario”.
El Proyecto de Campo
de la Cebada plantea así una clara actitud propositiva hacia el futuro, un camino nuevo y es por
tanto en su propuesta política, antropológica y sociológica donde llegamos a encontrar su mayor cantidad de verdad.
Es
buscando esa verdad , donde se hace
necesario analizar no sólo los motores filosóficos e ideológicos que parecen
quedar claros de la actitud que precede a la propuesta, sino profundizar en los
cómos , esto es, en las respuestas
propias que el proyecto sabe dar ante las preguntas previamente planteadas. Es
imprescindible entender de qué forma el proyecto se sitúa en la Historia de la
Arquitectura y de la Ciudad para dejar de entenderlo como un objeto aislado y
coyuntural. En este sentido, y encontrando una conexión genealógica
aparentemente clara en proyectos como los Community Garden de Liz Christy en
Nueva York de 1974, o más contemporáneamente, en los proyectos Esto es una Plaza, Madrid, 2008, Jardines Partage, París 2002 o Proyecto Autobarrios,Basurama 2012, no
podemos sino suponer que la relación con dichos ejemplos es estrictamente la de
una actitud ideológica y filosófica que los genera, que, alcanzando todos a
saber cambiar mucho con muy poco,
no comparten las mismas cualidades arquitectónicas con el proyecto que
nos ocupa.
En
este sentido, establecemos como vocación clara del proyecto no sólo la
pretensión de un espacio participativo y autogestionado, sino un ejercicio
profundo sobre la flexibilidad en el espacio público.
Parece lógico establecer así una conexión genealógica con los espacios Playground
que Aldo Van Eyck desarrolló
en Holanda entre los años 1947 y 1955,
y en cuyos planteamientos encontramos el verdadero discurso subyacente sobre el
que el Campo de la Cebada sabe plantear además alternativas diferentes generadoras de nuevas posibilidades
en la ordenación de un espacio público dinámico.
Partiendo
de esta comparación, podemos establecer como primer punto de encuentro la vocación de ambos proyectos por
reivindicarse a sí mismos. Naciendo ambos de la negociación entre los dos agentes fundamentales (
arquitecto que propone y ciudadano que participa) tiene ambas propuestas la
voluntad de ejemplificar un proceso alternativo de conquista de heridas urbanas
que impulsen un nuevo apoderamiento de la ciudad por lo público y una
resistencia a la mercantilización de lo común. (1) En segundo lugar encontramos
cómo la manera en la que se provoca lo urbano, y más concretamente el dispositivo (2) urbano, responde en el
proyecto de Van Eyck a la concepción de LO ELEMENTAL (Elementary Architecture ) propia del movimiento neoplasticista De
Stijl, mientras en el proyecto de Campo de la Cebada dichos dispositivos
cambian su vocación de ser formas geométricas elementales para convertirse en
objetos complejos ligados a un proceso de construcción colectiva y de utilización
de materiales reciclados. Comparten ambas sin embargo el hecho de ser
repetibles y utilizables en realidades distintas. Es en ambos casos la interacción
urbana entre los mismos la que sabe responder a realidades urbanas o hechos
diferentes. Nos encontramos por tanto con la primera virtud compartida por los
dos proyectos: cómo con pocos y simples elementos se pueden generar diversas y
complejas realidades.
Dichos
objetos comparten además en ambas propuestas la indefinición de su uso. Es esencial
entender la riqueza espacial y atmosférica que permite el hecho de que los
objetos urbanos que se disponen, puedan ser entendidos e interpretados de
maneras muy distintas. Fundamental es al mismo tiempo comprender cómo se investiga
en ambos casos una búsqueda de lo aleatorio y de lo indefinido. Si Van Eyck
partía de la idea del niño como generador de una actividad y por tanto de un
espacio impredecible, el Campo de la Cebada parte de la esperanza de un uso de
la plaza basada en la espontaneidad humana y no en la estrechez de lo
estrictamente funcional. Una vez más, y de la misma manera que en la casa
tradicional japonesa, no es el espacio lo que define al uso, sino el uso el que
define al espacio.
Interesa
resaltar sin embargo, las cualidades que el Campo de la Cebada tiene por sí
mismo. Lejos de poder producir una crítica estrictamente formal, la cual no
consideramos interesante en este caso, este análisis señala como principal
cualidad del proyecto el de su espacio literalmente dinámico. Comparado con una
concepción clásica de espacio público como la producida por van Eyck ,que
genera dinamismo pero que es estrictamente estático, el Proyecto de Campo de
Cebada aumenta así en un grado su nivel de coherencia, proponiendo la movilidad
física de los dispositivos de que se compone. Es el hecho mismo de la movilidad
de estos elementos lo que permite entender el proyecto analizado no como un
valor simplemente testimonial sino propositivo en la forma misma de entender la
plaza de una forma distinta aunque a la postre completamente natural.
Entendemos
así la propuesta enmarcada en el discurso de la flexibilidad , concepto radical
aportado por la arquitectura del
siglo XX, y que no es sino la búsqueda de una no-imposición de la forma sobre
el contenido, de la capacidad de libertad del espacio sobre el uso del mismo. Es en este discurso en el que nos
encontramos, muchas décadas después de que el Movimiento Moderno liberara la
planta y la fachada de la Villa Saboya de Le Corbusier en Poissy , o de que
Mies van der Rohe vaciase el espacio en el Crown Hall de Chicago o en la New
National Gallery de Berlín, cómo un
humilde solar vacío en el centro de Madrid necesita seguir planteándose la búsqueda de la
flexibilidad del espacio que habitamos, y cómo ésta se cruza necesariamente con
la intensa incertidumbre contemporánea. Es bajo este discurso donde debate una
modernidad que plantea la flexibilidad espacial no sólo atendiendo a viejos
axiomas de libertad , sino a lo profundamente impredecible de una nueva
sociedad nómada y cambiante.
Desde
la Casa para un Hombre Nómada de Toyo Ito
en los primeros 80, hasta los proyectos de Andrés Jaque Rolling house for the Rolling Society, o Plaza de Escaravouz en el
Matadero de Madrid, pasando necesariamente por el Campo de la Cebada, encontramos
la necesidad de una búsqueda de respuestas a la nueva vinculación del habitante
hacia sus espacios públicos y privados. En este sentido los proyectos de Jaque
como ocurre en el Campo de la Cebada parten del concepto fundamental de
incertidumbre, esto es, de no
entender como posible la programación absoluta del espacio urbano y
arquitectónico, de cómo dicho espacio sabe responder a una sociedad basada en
lo imprevisible. Si en el espacio habitacional de Jaque el extremo lleva a que,
incluso lo inamovible (la bañera y la escalera), lleguen a moverse, en el
proyecto que nos ocupa se parte de una premisa más simple y concreta; cómo un
artefacto indefinido puede moverse con libertad para generar situaciones diversas
e infinitas. El espacio es, en ellos,
una simple hipótesis.
En
este sentido, existe en ambos la cualidad común que, a pesar de poder parecer
trivial o superficial, se hace sustantiva en el propio entendimiento del
espacio que generan: todos ellos se basan en artefactos que tienen la capacidad
de moverse. Esto, que hace de cualquier espacio fotografiado en un momento una
mera casualidad se convierte en realidad en un espacio basado en causas descontroladas pero previstas. Es por
tanto esa reinvención de la rueda,
ese hacer dinámico lo que hasta ahora era estático, lo que logra crear nuevas
posibilidades de entendimiento y uso del espacio,
encontrándonos
hoy en día y por tanto ante un nuevo paradigma de la flexibilidad, la que surge
de la arquitectura de tábula rasa de Le Corbusier y hace que sobre ella sea la
propia arquitectura la que se mueva.
Rolling house for the rolling society, Andrés Jaque |
Vemos
así en el proyecto un objetivo doble, sobre el que ya de antemano anticipamos
que se comprenden diversas coherencias y contradicciones. En primer lugar
entendemos el éxito del proyecto como un éxito político, esto es, como la
satisfacción del ciudadano a volver a ordenar su propio espacio, a ordenarlo, además
, sin olvidar lo que la intuición le dicta. Fue sin duda con pequeñas
estructuras organizadas y con grandes herramientas de intuición como se logró
aquella ciudad “no planificada” que ha sabido responder quizás mejor que
ninguna otra a la escala y al sentimiento de pertenencia que a la ciudad
debiera exigírsele. Su éxito es por tanto el de saber escuchar la voz de la
gente, de esa ciudadanía que reclamaba desde distintas vías una mayor participación
en lo que le afecta. Es así coherente en su propio proceso, en su manera de
hacerse, en su dinamismo y en su variabilidad. En saber, en el fondo, dejar la
puerta abierta a lo imprevisible. Es
además consecuente en su formalización, es decir, en su ética formal, que mantiene la máxima del
reaprovechamiento de los materiales como alternativa a un sistema de producción
antiecológico. No evitan todas estas cuestiones influyentes en el análisis de
las cualidades de su espacio, tener que pensar en el proyecto además dentro de
su contexto urbano particular, el cual en este caso podría ser entendido como
casual y casi fortuito. Siéndolo, entendemos sn duda como cualidad del proyecto
la manera de emplazarse el mismo. Así, partiendo de un organismo que es en sí
disperso, es claramente acertado que la plaza contenedora del Campo de la Cebada
esté a una cota distinta que el resto de la calle. El proyecto se puede así
entender globalmente desde un nodo urbano, y es éste hecho el que sin duda potencia
la idea de ser él mismo un lugar dentro de la ciudad pero suficientemente
aislado de la misma. Esta condición de relativo aislamiento, consigue potenciar
no sólo su comprensibilidad, sino el entendimiento del proyecto como un símbolo,
como un lugar que, perteneciendo a la ciudad, sabe aislarse de ella.
Es
sin embargo cuando pensamos en la flexibilidad ya mencionada, cuando
entroncamos el proyecto en su posible capacidad de trascendencia histórica,
cuando descubrimos sus verdaderas potencialidades. Clave en este hecho es por
tanto el análisis que reflexiona sobre si la propuesta es una verdadera puerta
hacia el mañana, o una simple celebración puntual de un concepto interesante. De
esta forma resulta paradójico cómo
algunas de las principales coherencias del proyecto impiden al mismo
evolucionar en lo que potencialmente podría llegar a ser. Así, es posible que
cierta falta de capacidad de evolución resida tanto en la falta de flexibilidad de los principios políticos
que la sustentan, excesivamente temerosos de que una reinterpretación de la misma suponga una pérdida de
su veracidad, como en una excesiva
simplicidad funcional y tecnológica de los dispositivos generadores del
proyecto. Si entendemos que el proyecto ahonda en la búsqueda de una nueva
flexibilidad repetidamente planteada e investigada por la arquitectura
contemporánea, es notoria la falta de complejidad tecnológica y programática (3)
inherente al proyecto para que éste pueda así evolucionar y desarrollarse en soluciones
distintas. Ejemplo claro de esta tesis es precisamente la escasa variabilidad
entre los ejemplos existentes, así como la escasa evolución de este tipo de
propuestas a lo largo de la historia.
Hagamos
así una pequeña reflexión final: Entendemos el Campo de la Cebada, en síntesis,
como la vocación del hombre de
ordenar su propio espacio. No es ,ni puede ser valorado, como un proyecto de
arquitectura. En él no existe ni el autor ni el proyecto del mismo y debe ser
entendido como una suma de voluntades colectivas, un ejercicio de múltiples
deseos. Cayendo o no en un excesivo utopismo que quizás no pueda ser aplicado sino
en escalas muy reducidas y paradójicamente muy controladas, es un proyecto
veraz y consecuente con una realidad cambiante que requiere de respuestas como
las que él propone. Así, por encima del enjuiciamiento del proyecto en sí,
parece importante subrayar que esta actitud es intensamente necesaria. Sólo con
ella podremos aspirar a reivindicar una arquitectura y una ciudad que posibiliten
un mundo en el que nuestro contexto nos siga perteneciendo, que sea, de verdad,
intensamente nuestro.
(1)
Entendemos que, si bien existiendo la
misma vocación, es importante entender cómo, en el caso de Van Eyck existe un
promotor público municipal, y en el caso del Campo de la Cebada dicho promotor
es inexistente desde el punto de vista técnico y se trata de un apoderamiento
de la comunidad de vecinos a un lugar en desuso.
(2)
A falta de un nombre más claro, los
propios colectivos urbanos del Campo de la Cebada han denominado a sus
“artefactos” móviles, con el nombre de dispositivos.
(3)
Entendemos en este sentido la palabra
programático como la síntesis que todas las complejidades que un prgrama de
arquitectura puede contener. Programa es en vivienda por ejemplo la suma de
distintos estados de intimidad del habitante de una casa.
Jaime Sanz de Haro, Madrid, Diciembre 2014
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